domingo, 16 de septiembre de 2007

D.E.V.O.R.A.D.O.R.A.


Al principio no encontraba las cucharitas de metal con las que solía revolver el café instantáneo, que me encanta.

Las buscaba, y a menudo perdía mucho tiempo en ese ir y venir del armario violeta al escritorio y del escritorio al armario violeta, sin embargo adjudicaba la pérdida del objeto a mi desordenada acción de cada tarde.

Luego comencé a no encontrar las tazas y entonces me detuve en una de las idas al armario violeta e intenté recordar...

Recordé que de pequeña comía el dulce de batata de la Giocconda con queso, lo compraba mi abuela. Que caminaba con los zancos los domingos, que jugaba a que mi bicicleta era un colectivo y paraba tres veces por cuadra, en las veredas, para que suba y baje gente... esto era en Ramos.También recordé que les cortaba el cabello a todas mis muñecas, a las lindas y a las feas. recordé mis domingos de confesión y ostias, y recordé que siempre dejaba la taza con la cucharita de metal al lado de la computadora.

Así que dormí sabiendo donde deajaba lo que perdía. Y pude soñar de corrido hasta la mañana siguiente.


Pero más luego, la preocupación fué otra. Si bien sabía perfectamente que esos elementos no quedaban en un mundo paralelo, la sorpresa al descubrir que una mujer se comía las tazas y las cucharitas de metal fué paralizante. Lo cual me llevó a estar noches enteras sin poder dormir ni cerrar los ojos.


Simplemente se trataba de una mujer de cabello rubio, muy rubio, casi blanco, que luego de ingerir una infusión como el té o el café o el mate cocido, devoraba los elementos. Los mismos elementos que antes habríamos utilizado de la misma forma Clarisa, Susana, Pablo y yo. Todos compartíamos la oficina, pero sólo ella devoraba las cucharitas de metal y las tazas.


Fué inevitable pensar en el ruido de los dientes al morder la porcelana y el metal, y fué directamente imposible imaginar el material atravezando la garganta y aquella digestión.

La tranquilidad de saber que las cosas no desaparecen porque sí camina en paralelo a la extrañeza del sitio que se elige para guardarlas.

Luego como siempre todo se vuelve familiar, y ya nadie pierde tiempo buscando lo que sabe que no va a encontrar, por lo menos a simple vista.


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parte del hábito

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