sábado, 22 de septiembre de 2007

El pollo

Ya el pollo está en el horno, junto a la cebolla, a las papas y a las zanahorias. El tomate no, porque va aparte, como en ensalada pero solito, muy solito. Así nos gusta. Solo. El pollo acompañado y el toamte solo.
Entonces, solo queda esperar a que se cocine, a que se dore, a que se transforme en alimento.

El me dijo que prefiere no escucharme y yo me convencí de que es mejor no hablar.

Cuando el pollo termine su proceso, ese proceso que no comencé yo. Yo no maté al pollo, el pollo habrá muerto de viejo, luego de una vida felíz, y entoces lo conseguí en una granja y pagué por él y ahora espero que termine su proceso...
En verdad no lo conseguí yo, lo consiguió él. Sin preguntarme nada, porque no quería escuchar una respuesta mía, fué y lo compró.
Lo compró porque le gusta como lo cocino en el horno, lo sé. Siempre supe que le gusta mi cocina, no la que tiene los muebles de madera, sino la que yo realizo día a día.

Ya hay olor a pollo al horno.

Antes de que el olor sea a pollo quemado, lo sacaré, lo trozaré, lo serviré, lo comeremos.

Bueno, no pude superarlo nunca.
Durante un tiempo no comí pollo, porque creía que el proceso del pollo y la gallina era otro... y ahora entiendo que los procesos son diversos. Uno era el proceso del pollo vivo y otro es el proceso del pollo... aunque me cueste decirlo, ya muerto.
Sin embargo al no colaborar en la muerte del pollo de manera directa, y sin siquiera comprar el pollo en Carrefour o en la granja, de alguna forma siento un "nosequé" luego de comerlo...
Voy cocinando un arróz integral para no sentir el martillazo en la cabeza después de cenar.
No siempre me sucede que luego de comer carne, roja, blanca, rosada, etc siento esa sensación, pero la mayoría de las veces, me pesa.

Como me pesan sus palabras cuando tengo el estómago vacío. Como el vino. Como el estómago del pollo cuando no come y su esposa gallina le dice que los huevos, que el clima, que el pollito, que los vecinos, que la granja, que la jaula, que el agua, que el ser humano... y el pollo tiene ganas de llorar, porque tiene el estómago vacío y la cabeza llena y el corazón triste.

Mejor, voy a hacer una cena especial, muy especial.
Hoy le voy a hablar.
Le voy a contar un cuento.
Le voy a hablar dulcemente...
Luego o durante la cena, mientras comemos el pollo y el arróz y los tomates y la cebolla y la zanahoria y mientras tomamos vino, le voy a contar.

Baraka se llama el film en el que muestran el proceso de los pollitos, ahora recuerdo
Fué él quien me mostró esa película por primera vez, así que lola.
Hoy, te hago el pollo y hoy te hablo.

blablablablablablabla,smmmmmmsémmmm,uffffff,yblablablablayblablabla.mmm... zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

domingo, 16 de septiembre de 2007

D.E.V.O.R.A.D.O.R.A.


Al principio no encontraba las cucharitas de metal con las que solía revolver el café instantáneo, que me encanta.

Las buscaba, y a menudo perdía mucho tiempo en ese ir y venir del armario violeta al escritorio y del escritorio al armario violeta, sin embargo adjudicaba la pérdida del objeto a mi desordenada acción de cada tarde.

Luego comencé a no encontrar las tazas y entonces me detuve en una de las idas al armario violeta e intenté recordar...

Recordé que de pequeña comía el dulce de batata de la Giocconda con queso, lo compraba mi abuela. Que caminaba con los zancos los domingos, que jugaba a que mi bicicleta era un colectivo y paraba tres veces por cuadra, en las veredas, para que suba y baje gente... esto era en Ramos.También recordé que les cortaba el cabello a todas mis muñecas, a las lindas y a las feas. recordé mis domingos de confesión y ostias, y recordé que siempre dejaba la taza con la cucharita de metal al lado de la computadora.

Así que dormí sabiendo donde deajaba lo que perdía. Y pude soñar de corrido hasta la mañana siguiente.


Pero más luego, la preocupación fué otra. Si bien sabía perfectamente que esos elementos no quedaban en un mundo paralelo, la sorpresa al descubrir que una mujer se comía las tazas y las cucharitas de metal fué paralizante. Lo cual me llevó a estar noches enteras sin poder dormir ni cerrar los ojos.


Simplemente se trataba de una mujer de cabello rubio, muy rubio, casi blanco, que luego de ingerir una infusión como el té o el café o el mate cocido, devoraba los elementos. Los mismos elementos que antes habríamos utilizado de la misma forma Clarisa, Susana, Pablo y yo. Todos compartíamos la oficina, pero sólo ella devoraba las cucharitas de metal y las tazas.


Fué inevitable pensar en el ruido de los dientes al morder la porcelana y el metal, y fué directamente imposible imaginar el material atravezando la garganta y aquella digestión.

La tranquilidad de saber que las cosas no desaparecen porque sí camina en paralelo a la extrañeza del sitio que se elige para guardarlas.

Luego como siempre todo se vuelve familiar, y ya nadie pierde tiempo buscando lo que sabe que no va a encontrar, por lo menos a simple vista.


(siempre lo tuyo, mi ajeno)

que manía de robarnos todo ir a buscar y que no esté esperar sobre el enfado a que llegue y exigirle mi cosa retarse en un hermoso duelo  ha...